viernes, 14 de marzo de 2014

DECONSTRUYENDO LA DECONSTRUCCION. Implicancias para la terapia posmoderna.

Aprendiendo a correrle el hilo a la pantimedia del problema.

"El camino no es un método; esto debe quedar claro. El método es una técnica, un procedimiento para obtener el control del camino y lograr que sea viable".
Jacques Derrida.

"Mientras hay vida también existen algunas lineas de fuga para escapar de la dominación".
Tomás Ibañez

Una de las ideas más seductoras de la posmodernidad y del posestructuralismo es aquella que considera que los textos (historias, narraciones, relatos, discursos) son creaciones sociales y relacionales incompletas. No sólo ningún texto refleja fielmente aquello a lo que se refiere; tampoco ningún texto es una creación completa, monolítica y sin fisuras. 

Los textos (eso que se construye en la interacción entre las personas, se basa en lo que surge de dicha interacción y pretende reflejarla, aunque se la suele confundir con la “realidad") tienen -vamos a decirlo metafóricamente- fisuras. Al hablar de "fisuras" queremos dar a entender que los textos o relatos tienen contradicciones, espacios en blanco, vacíos, cosas no dichas, y cosas dichas y privilegiadas arbitrariamente. Dichas fisuras, si son convenientemente utilizadas, pueden dejar en evidencia el pobre sustento en el que se basa el texto, lo injustificado de su pretensión de verdad, de lógica, de orden, de generalización y de predominio.

A riesgo de simplificar en exceso, para nosotros el término deconstrucción se refiere las prácticas y a la intención que pretenden sacar a la luz las contradicciones y fisuras de todo texto, relato o discurso. Su aplicación no puede hacerse al margen del pensamiento posmoderno o posestructuralista; de lo contrario se tornaría ocioso y sin sentido. Si la deconstrucción se ha vuelto uno de los tópicos favoritos de la posmodernidad, es básicamente porque sirve de arma, ariete y disolvente de cualquier discurso dominante y totalizador que surja en el camino. Tiene una intención -creemos entender- liberadora y generadora de posibilidades. Y aunque algunos reculen al leer esto, creemos que la deconstrucción es, o puede ser, la base del relativismo.

Por eso mismo es que la deconstrucción ha encontrado un espacio privilegiado en la terapia. Desde Michael White (1999), pasando por Beyebach (2006), la idea de encontrar fisuras y contradicciones en el discurso dominante del problema del consultante puede resultar muy fructífera a la hora de ayudarlo a co-construir una realidad alternativa donde el problema no domine, y donde las intenciones y expectativas de la persona se tornen viables.

Pongamos un ejemplo de lo que queremos decir.

Una mujer acude buscando ayuda con la queja de que "es depresiva". Sea porque alguien la diagnosticó así o porque ella misma se etiquetó en base a ciertas experiencias y vivencias, el hecho es que ahora, en mayor o menor medida, se observa y se entiende a sí misma en base a eso que llama "depresión". Sus emociones, sus conductas, lo que puede hacer o no, sus posibilidades presentes o futuras, están filtradas, modeladas y recortadas por el concepto de depresión que ahora maneja. Al ubicarse dentro del texto "depresión" todo lo que no calza o encaja dentro de él es eclipsado y pasa a un segundo o tercer plano. Evidentemente "la depresión" no es algo inventado por la persona; la persona utiliza las comprensiones que sobre ello se distribuyen socialmente por diversos medios disponibles, y le va dando una forma más o menos personalizada en las interacciones y conversaciones con los demás. Para identificar y catalogar sus vivencias como “depresivas” realiza una labor de cotejo entre ellas y lo que la cultura plantea acerca de esta “enfermedad”. Las opiniones y consejos de los demás, y especialmente el “discurso experto”, a través del diagnóstico, terminarán por “olear y sacramentar” la historia de que esta mujer es depresiva. Se ha construido una identidad que, performativamente, se autoperpetuará por tiempo indefinido. Es ahora una historia dominante. Una historia poderosa. 

Si el terapeuta, ingenuamente, se mantiene dentro de este texto, de esta historia del problema, se dedicará a preguntar el cómo, cuándo, dónde y a determinar el por qué de la depresión de esta mujer. Tomará pruebas, sesudas entrevistas y usará otros medios planteados como “correctos” y casi obligatorios por las prácticas en uso, para confirmar o descartar la presencia de la “enfermedad”. Tautológicamente terminará hallando lo que busca y, sin darse cuenta, ayudará a crearlo y/o a confirmarlo. El texto “depresión” parecerá una realidad evidente, objetiva y sin fisuras.

Si el terapeuta, consciente de que lo planteado por la consultante no es una realidad ni una esencia, sino solo un texto o relato socialmente construido, puede ayudar a disolverlo indagando por los siguientes aspectos:
  • Contradicciones del relato.
  • Cosas no dichas, no “iluminadas” en el relato.
  • Contextos y situaciones diferentes a aquellas en donde se ubica el relato (lugares, momentos, personas involucradas, etc.).
  • Sutilezas verbales. 
  • Contradicciones entre lo dicho y lo hecho.
Aunque estas situaciones son variaciones de lo mismo, veamos cada una de ellas con algo más de detenimiento.

Contradicciones del relato.- 
La escucha atenta -la escucha centrada en las soluciones o la doble escucha de la terapia narrativa- nos puede ayudar a identificar expresiones que contradigan la linea dominante del texto depresivo. “Y, bueno, eso me hizo reír“, “fueron muy buenos conmigo”, “sé que me quiere”, etc., todas estas expresiones pueden ser fisuras que, utilizadas adecuadamente, desmientan el carácter monolítico y sin salida aparente de la depresión. Si esas vivencias, esos chispazos, son posibles es porque hay algo más ahí que no encaja con lo depresivo. Otra historia, una historia de recursos, puede empezar a filtrarse por la grieta recién identificada, puede ser develada y co-construida en terapia, para que performativamente (al ser narrada y re-narrada) empiece a hacerse realidad.

Cosas no dichas.-
O más bien habría que precisar: cosas no preguntadas. Incluso hemos llegado a creer que es por pudor a parecer muy simples e inocentes que muchos no se animan a hacer preguntas del tipo “¿En qué ocasiones se siente mejor?”, “¿En qué momentos usted vence a la depresión?”, “¿Me puede contar de un momento reciente donde se sintió realmente bien?”, “Wow, ¿cómo lo hizo?”, etc. Desde la lógica del discurso dominante de la enfermedad como un todo monolítico, estas preguntas disuenan; de ahí el “pudor” para realizarlas. No obstante, si las hacemos y la persona logra contactar con historias y recuerdos que respondan positivamente a estas preguntas, se abren posibilidades potencialmente muy ricas para que la persona re-encauce su vida en una dirección diferente a la que le dicta el problema.

Contextos y situaciones diferentes.-
La idea del problema como un todo totalizador (y valga la redundancia) nos lleva a meternos solitos en la trampa de generalizar. “Si está deprimida la señora, y la depresión es una enfermedad que es causada por una esencia (química o psicológica), es lógico suponer que está deprimida siempre y en todas partes. Habrán, a lo sumo, variaciones de cantidad en momentos y situaciones diferentes, pero la depresión está”. Este razonamiento tal vez sea válido para enfermedades físicas: no es lógico suponer que se tenga TBC o hepatitis en casa pero no en el trabajo, pero no ocurre lo mismo con los problemas “mentales”. Sí es posible -y generalmente ocurre- que alguien esté triste (o “deprimido”) en el contexto A pero no en el B. El problema ES relación, y al variar la relación, varía el problema. En el contexto B puedo estar haciendo cosas y tomando iniciativas que no permiten la expresión/generación del problema, mismas que tal vez no hago en el contexto A. ¿Qué pasaría si al ser preguntado, identifico lo que hago en B y me animo a hacerlo también en A? ¿El problema crecería o disminuiría? La respuesta es obvia.

Sutilezas verbales.-
Todas las expresiones del tipo: a veces, casi nunca, no siempre, no mucho, no tan bien, más o menos, rara vez, no del todo, tal vez, dudas, etc. son sendas grietas en el texto, hilos colgantes en el tejido del problema, que pueden ser tomadas y jaladas sutilmente para descoserlo. Y más útil aún: para tejer en la conversación, y en el posterior accionar, algo novedoso y deseable para la vida de la persona. “Casi siempre estoy triste”. ¿Quiere decir que hay momentos, por más breves que sean, donde se libra de la tristeza? ¿Cómo lo hace? ¿Qué habilidades y conocimientos demuestra ahí?

Contradicciones entre lo dicho y lo hecho.-
La persona puede decir que está muy decaída y sin ganas de vivir, pero sin embargo, se muestra bien cuidada y acicalada; dice que no le encuentra sentido a las cosas, y no obstante acaba de aplicar a una promoción en su trabajo. Nuevamente, estas son grietas en el rostro monolítico del problema. La idea es usarlas para hacer surgir, en el diálogo terapéutico, lo nuevo, lo no dicho, las historias ocultas y eclipsadas por el problema totalizador y dominante.

No asumimos que las situaciones mencionadas sean las únicas propicias para identificar grietas y fisuras en el texto del problema. Si identificas otras u otros medios para lograrlo te agradeceremos mucho las menciones en los comentarios.

Bibliografía.-
Beyebach, M. (2006) 24 ideas para una terapia breve. Barcelona: Herder.
White, M. (1999) Guías para una terapia familiar sistémica. Barcelona: Gedisa.

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