
Por su parte, Kenneth
Gergen definió a la persona como la intersección de todas sus relaciones y, por
consiguiente, de todas sus historias. En otras palabras, somos seres
multihistoriados. Esa multiplicidad de historias se desprende inevitablemente
de la variedad de relaciones y contextos en los que participamos, y en los
cuales vamos tejiendo relatos de identidad diferentes, que nos enriquecen como
individuos.
Para ser más claros aún podemos apelar al concepto de sinergia:
cuando A + B produce C (siendo C la forma de ser de A, si es a esa persona a
quién observamos). ¿Qué pasará si A interactúa con D, con E o con F? El
resultado no seguirá siendo C, sino más bien X, Y o Z.
Múltiples identidades.
Múltiples “personalidades”, dependiendo de con quién se esté. Esto nos parecerá
extraño, y hasta patológico, si todavía nos guiamos por la idea, ya en desuso,
de que tenemos una sola personalidad, la que se supone nos debe dar coherencia
y volvernos “estables”, predecibles y fácilmente comprensibles. Esta exigencia
nunca ha podido ser cumplida, salvo quizá por personas con una vida pobre y
monótona, que reflejan el mismo destello de luz una y otra vez, porque nunca se
mueven del sitio en el que están.
En conclusión ser “candil de la calle y
oscuridad de su casa”, por usar la frase popular, está más cerca de la
“normalidad”, que la heroica entereza.
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