Somos
huéspedes en tanto la persona nos está invitando y dejando ingresar a su
espacio personal, a su vida y a su intimidad. Un huésped respetuoso entra hasta
donde se lo permiten y no más allá –al menos no sin permiso-; cuida el
mobiliario del anfitrión, se interesa respetuosamente por las cosas que le
llaman la atención en la casa que visita y “guarda las formas”. Sabe que no es
SU casa y por eso no la invade y se comporta como si fuese suya. Comportarnos
de esa manera en el trabajo con las personas nos permitirá respetar el espacio
ajeno y cuidarnos de asumir posturas colonizadoras de expertos o de autoridades,
ya que sabemos que el mejor conocedor de SU casa es el anfitrión que nos
invitó. Es un terreno familiar y preciado para esa persona, y debemos permitir
que nos guíe por él a su ritmo y hasta dónde lo considere pertinente. Los
espacios que considere privados, íntimos, y que desee que continúen así,
permanecerán con la puerta cerrada.
Esta
metáfora del huésped también puede ser explotada por el lado de que, como
invitados en casa ajena, también tenemos una responsabilidad limitada. No es
nuestra obligación cuidarle la casa a la persona, remodelársela o
reconstruírsela. Es asunto de la persona decidir qué hace con ella y ver
también si desea contar o no con nuestra colaboración. Si hay algo que debemos
hacer es respetar las decisiones que tome sobre su vida, asumiendo que ella es
la experta y que nada permanece para siempre.
Somos
anfitriones en tanto al trabajar con las personas lo hacemos en nuestro espacio
(consultorio, a veces, pero también nuestro rol, nuestras reglas y la posición
socialmente otorgada a nosotros como profesionales de la ayuda o del diálogo,
que constituyen “espacios” virtuales desde donde recibimos a las personas.
La postura colaborativa exige que el
operador se comporte como un buen anfitrión. Harlene Anderson nos invita a
hacer el ejercicio mental de recordar las ocasiones en las que hemos sido
huéspedes de alguien, y especialmente en las ocasiones donde hemos sido
huéspedes satisfechos. ¿Qué hizo el anfitrión que nos ayudó a sentirnos cómodos
y como en casa? ¿Hizo algo que nos incomodó? ¿En base a qué criterios tomados
de nuestra experiencia podríamos distinguir a un buen anfitrión de uno
deficiente? ¿Cómo nos imaginamos siendo buenos anfitriones? ¿En qué ocasiones
hemos sido anfitriones y en cuáles de ellas nos hemos sentido anfitriones
buenos en nuestro rol? ¿Cómo podríamos trasladar y acomodar esas experiencias a
nuestro trabajo con personas?
Jugar el doble rol de huéspedes y
anfitriones cuidadosos y respetuosos nos permitirá crear la atmosfera adecuada
para que la conversación fluya, y con ella el diálogo y la co-creación de
nuevas ideas, relatos y opciones. Un ambiente no solo colaborativo sino también
generativo.
Una segunda idea que queremos
comentar en esta escrito es la que Harlene Anderson (1999) plantea acerca de la
relación entre la incertidumbre y el no saber, como posturas del operador
colaborativo.
Al respecto Harlene refiere que al
iniciar su trabajo desde lo colaborativo, usando diálogos compartidos y
renunciando a la postura de experto conductor de la conversación, ella y sus
colegas empezaron a experimentar incertidumbre. Esta incertidumbre provenía del
hecho de constatar que si se compartía la responsabilidad por la conversación,
era imposible predecir y prevenir el resultado de la misma. Lo colaborativo
exigía pagar el precio de no saber lo que iba a ocurrir y en dónde iba a
terminar el diálogo. Refiere también que con el tiempo aprendieron a sentir el
sabor a libertad que entrañaba esta incertidumbre y a gustar de él. Si esto era
así, en una conversación colaborativa y dialógica ya no es responsabilidad del
profesional (y tampoco de las personas con las que se trabaja) tener una agenda
y llevar la charla a buen puerto. Es una co-responsabilidad o, lo que es igual,
la responsabilidad recae en el proceso mismo. La conversación llegará a dónde
llegue y tendrá el resultado que tenga.
Esto tiene por los menos dos efectos:
1) aprender a convivir con la incertidumbre (y creo que recién ahora tengo más
clara esta idea) y 2) no necesito conocer aquello de lo cual se está hablando,
es decir, ser un experto en la materia sobre la cual se conversa. En todo caso,
la única “experticia” que se nos pide es la de ser curiosos y saber dialogar.
Confiesa Harlene que esta libertad de
no saber expandió su imaginación y su creatividad considerablemente. Me imagino
ese proceso como un botar lastre (el lastre del rol de experto sabelotodo) y un
soltar amarras; como un estar ahí realmente, escuchando y prestando atención
principalmente (si no exclusivamente) a lo que se va conversando y a lo que va
surgiendo de eso, y a nada más. Supongo que a eso es a lo que se refiere Sheila
MacNamee cuando habla de presencia radical.
Me apetece hacer algunos paralelos
con lo que plantean otros enfoques, aún sabiendo que ninguno de ellos calza
bien con lo que plante Harlene.
Por un lado esta idea me evoca la
atención libre flotante del psicoanálisis. El analista –como diría Wilfred
Bion- escucha sin memoria, sin deseo, sin comprensión, sin representación
sensorial. Algo así como la escucha “pura”, tanto a lo que la persona dice como
a sus propias resonancias. La conversación se entabla desde ahí.
También pienso a en la escucha activa
planteada por Carl Rogers. Rogers sugiere renunciar al propio marco de
referencia y atender al marco de referencia de la persona con la que se
conversa. El facilitador aquí se limitaría a reflejar lo que va captando, tanto
en lo que concierne a los pensamientos como a las emociones y sentimientos que
los acompañan.
Finalmente, un tercer paralelo que
puedo hacer es con la terapia gestáltica. Curiosamente algunos terapeutas
gestálticos hablan de “relación dialogal” para referirse a la actitud y al modo
de comunicación que sugieren se dé entre terapeuta y cliente. Esta relación se
basaría en lo sugerido por Martin Buber al describir en qué consiste la
relación “yo-tú”: una relación atenta, carente de manipulación, que reconoce y
valora lo que es la otra persona. La Gestalt también plantea el “ajuste
creativo”: confiar en lo que va surgiendo en la interacción entre los
comunicantes, basarse en le ahora, y en la capacidad para responder
creativamente que posee el “organismo”.
Obviamente no planteo que estas
posturas sean lo mismo que propone Harlene Anderson. Simplemente hago un
ejercicio intelectual para comprender sus ideas cotejando y diferenciando con
otras comprensiones que ya tengo. Las tres propuestas son modernistas; plantean
un modelo de persona a alcanzar y sendas vías de acceso para llegar a ellas. El
terapeuta es experto aunque pretenda no parecerlo y se muestra amable, neutral
y aceptador. La propuesta colaborativa y dialógica está en la orilla de
enfrente teórica y metodológicamente, y no propone nada en concreto salvo la
curiosidad como vía regia a lo que sea que surja. O al menos eso me parece.
Referencias
Anderson, H. (1999). Conversación,
lenguaje y posibilidades. Un enfoque posmoderno de la terapia. Argentina:
Amorrortu.
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