
En la Divina Comedia Dante imagina que en las puertas del Infierno hay un letrero que dice "Quien entre aquí, pierda toda esperanza". Ese último mensaje del Dios danteano puede ser interpretado de muchas maneras, supongo, pero la que a mi me hace más sentido es la entenderlo como un último favor que el Hacedor nos brinda a los pecadores, para no sufrir en vano y más de lo que se requiere. Si los condenados al infierno van a sufrir los castigos por sus pecados, el sufrimiento será mayor si albergan algún tipo de esperanza de que dicho tormento, que será eterno, acabe alguna vez. No hay peor esperanza que aquella que no tiene asidero ni posibilidad.
En base a esa reflexión es que quisiera compartir
una intervención que se me ocurrió en consulta, en un momento de cierta “desesperación”
por ayudar a una cliente a generar nuevas percepciones.
Se trataba de una
mujer joven, de unos veinticinco años, muy preocupada por el
"alcoholismo" de su padre. Decía que los fines de semana ellos tenían
fuertes discusiones cuando el papá llegaba ebrio de la calle y trataba de subir
al segundo piso, a su habitación. En más de una ocasión se había caído o estado
a punto, por estar muy mareado, así que la joven había optado por "montar
guardia" y esperar a que el padre llegue e increparle su estado. El
efecto, como cabe esperar, no era positivo sino todo lo contrario. El papá no
sólo seguía tomando, sino que la relación entre ambos se había deteriorado.
Las soluciones
intentadas de esta chica eran las procurar, por uno u otro medio, que el padre
entienda su punto de vista, tome consciencia, y que deje o disminuya su consumo
de alcohol. Es aquí cuando me puse a pensar en cómo invitarla, primero, a renunciar
a esas intenciones que contribuían a mantener el problema y, segundo, a hacer
algo cualitativamente diferente. Actuar siguiendo el imperativo ético de von
Foerster de actuar siempre de modo que se incrementen el número de
posibilidades.
Se me ocurrió así
lo que luego pasé a llamar “la técnica de la fantasía distópica". Una
distopía es lo contrario a una utopía; es decir, es una situación imaginaria
pero con un carácter negativo. Por ejemplo, son distopías las películas
futuristas estilo Mad Max, Terminator, o The Walking Dead.
La fantasía
distópica parte del supuesto que lo que mantiene a la persona en un problema
relacional con otra, intentando una y otra vez lo que no funciona, es la
esperanza de que la otra persona cambie, y por eso mismo, y debido a la presión
que la primera ejerce en la dirección de lo que cree “deben ser las cosas”, mantiene
sin cambiar a la otra.
¿Qué pasaría si,
con cualquier estratagema, se la invita a perder la esperanza de cambio?
¿Seguiría con los mismos intentos al ver que nunca va a ocurrir lo que espera
o, por el contrario, haría cualquier otra cosa cualitativamente diferente,
ubicable dentro del llamado Cambio 2?
Bajo la sospecha
de que hasta la persona más trabada en intentos de solución que no rinden
frutos, dejaría de intentar si se convence de que no va a resultar lo que
intenta, es que le pedí a la joven que me siguiera la corriente en la situación
imaginaria que a continuación iba a plantearle.
Le dije:
"Imagina que te topas con una bola de cristal que realmente ve el futuro,
y que al indagar por el porvenir de tu padre te enteras de dos cosas. Primero,
que va a vivir más de cien años en buenas condiciones físicas y mentales y,
segundo, que pese a todo lo que haces no dejar tomar. Sigue tomando igual que
ahora hasta el último de sus días. Sabiendo todo eso, ¿qué harías? ¿Seguirías
con lo que vienes intentado hasta el momento, sabiendo que de eso no se va a
morir? Sígueme la corriente, ubícate en ese escenario que te he planteado y
desde ahí dime qué piensas".
La joven se quedó
pensando un rato y luego dijo que no tendría sentido continuar insistiendo con
que no tome, ya que no lo dejaría. “¿Qué harías diferente entonces?”, le
pregunté. Me dijo, “esperarlo, acomodarle un sofá para que duerma, prepararle
una manta y una almohada, recibirlo con cariño cuando llegue y hacer que se
acueste. Luego irme a dormir. Al día siguiente no decir nada. ¿Ya para qué?”. Agregué,
“Me parece que por ahora tal vez te convenga actuar de esa manera, porque es
sobre lo único que realmente tienes control”. Ella asintió.
Yo sentí que la
persona, "al perder toda esperanza" de que el otro cambie, producto
de visualizarlo en la imaginación, produjo un cambio perceptual que llevó
también a un cambio en las respuestas posibles que tenía la chica frente a su
padre. No está de más decir que al implementar ese pequeño cambio, el efecto
"mariposa" que suele darse repercutió en otros aspectos, incluida,
posteriormente, la tan anhelada disminución del consumo de alcohol.
Esta
"fantasía distópica" la he implementado en diferentes ocasiones,
adaptándola a cada caso, con resultados similares.
A veces la
esperanza puede ser mal entendida y peor utilizada. Y a veces también, perder la
esperanza de que las cosas ocurran como esperamos, según nuestras
construcciones, lleva a que el cambio se dé, del modo que se desea, porque ya
no insistimos en “más de lo mismo”.
Perder (la
esperanza) para ganar (esperanza) nuevos resultados.
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