miércoles, 25 de junio de 2014

SOBRE AMOR Y RITUALES

En mi experiencia de años como psicólogo clínico y terapeuta de familias y parejas me he encontrado con innumerables casos de relaciones que mueren de inanición, por descuido y falta de atención. Al igual que los protagonistas de la película Closer, muchos de los que se emparejan piensan ingenuamente que sólo basta con atraerse, iniciar la relación, juntarse y dejar que la vida haga el resto. Como si el amor fuera una corriente sobre la que podemos descansar plácidamente, dejando que nos lleve a donde quiera.


“El amor es eterno mientras dura...” dice una sabia frase, atribuida a Vinicius de Moraes, y que me gusta citar a mis alumnos en clase, para estupefacción y desencanto de muchos. En el ser humano nada es eterno, y especialmente los sentimientos. Al menos si no se trabaja en ellos constantemente. Las relaciones, los romances, los matrimonios, son cada vez más efímeros; es una de las consecuencias de vivir en una era posmoderna, donde todo es light y perecible...con fecha de caducidad, mismo yogurt bajo en calorías. La fobia al compromiso, a asumir responsabilidades de las que uno no se pueda safar con facilidad, cunde. Por algo preferimos coquetear y enamorarnos por Internet, chateando, que hacerlo con la persona de carne y hueso sentada junto a nosotros en la cabina de al lado.
Cuando le agregamos sexo a esta forma de relacionarnos, el panorama se torna explosivo y autodestructivo.
Aunque se piense lo contrario, los peruanos (y especialmente las peruanas) todavía somos conservadores. El sexo nos importa demasiado; lo idolatramos, le tememos, lo deseamos, le huimos y también jugamos con él, como un niño con una granada de mano. Creemos que al usarlo definimos nuestro destino, lo que somos y valemos. Pero no estamos muy dispuestos a asumir la responsabilidad por nuestros orgasmos. Aún así, no pensamos mucho para entregarlo. Como si sufriéramos de cierta miopía o tendencia al autoengaño, y confundiéramos lo efímero y lo superficial con lo sólido y lo profundo. La tragedia viene después, con legiones de chicas (y algunos chicos) con la autoestima estropeada, sintiéndose usadas, culposas y con menos valor en el mercado del corazón, por haber sido demasiado expeditivas a la hora de compartir la almohada.
Opino que una de las razones más importantes para que las relaciones se conviertan en víctimas de la entropía positiva, se desorganicen y acaben en la muerte térmica (es decir, se enfríen y el amor se evapore) es la “simplificación administrativa” relacional. Denomino así a la ausencia de rituales y de experiencias significativas compartidas entre los miembros de la pareja. La propuesta de De Soto puede que sea un gran avance en el campo de la burocracia estatal y municipal, pero es un desastre en el terreno del amor. Una relación “simplificada”, en la que te conozco en una fiesta o una disco, me gustas, "chapo" contigo y nos juntamos, sin más, y en la que trato de evitar complicaciones y costumbres “envejecidas”, fuera de moda, tiene buenas probabilidades de acabar rápidamente.
Ciertas costumbres ritualizadas (desde el cortejarse, el declararse, regalarse ositos y flores, conocer y frecuentar a la familia de mi pareja, salir los fines de semana, etc. hasta el cambio de aros, la despedida de solteros y la boda, con toda su complicación y parafernalia) y el compartir experiencias dignas de recordar, fundacionales (viajes, paseos, sustos compartidos, enfrentar problemas, enfermedades, ver puestas de sol y paseos por la playa, etc.) cumplen la función de remaches, de anclajes o de amarras afectivas y cognitivas de la relación y sus componentes. Apuntalan el vínculo, le dan un sentido y un significado, conectándolo plenamente con mi historia personal. Crean un fondo de experiencias y recuerdos compartidos (que posibilita pensar en términos de “nosotros”) sobre el cual resalta la figura (la relación), adquiriendo ésta significado de aquel. Ahora estar contigo forma parte de mi vida; significas algo para mí, cumples una función, fperteneces a mi memoria histórica, a mi narrativa; otorgas un significado más a mi existencia: ergo, te amo. Esta relación es algo que me costó, involucró tiempo y esfuerzo, y que vale la pena mantener.
No es en vano que quienes sobreviven a un asalto de banco, a un accidente de ómnibus o de avión, a una guerra, o a un secuestro en grupo, etc., comienzan siendo completos desconocidos y terminan estableciendo vínculos de fraternidad y compañerismo que duran toda la vida. La experiencia en común -fuerte, intensa- cumple el rol casi instantáneo e indeleble de unirlos de por vida. La vivencia se constituye en ritual.
La vida está plagada de ritos y rituales. Los encontramos en todas partes. Son conductas complejas, repetitivas, de alto valor simbólico. Tienen la función de hacer surgir estados psicológicos (emociones, sentimientos, pensamientos). Los rituales son facilitadores de dichos estados psíquicos y conductas, positivos y negativos. Pero no nos confundamos; no hablamos de rituales mágicos, new age, de quema de inciensos para atraer espíritus o energías cósmicas ni de tarot. Hablamos de los rituales cotidianos, que están presentes desde que nos despertamos hasta que nos volvemos a dormir.
Ejemplifiquemos esto. Es menos probable que tenga deseos de orar y de reflexionar sobre mi vida espiritual estando sentado en una combi camino al trabajo que estando arrodillado en misa. Como dice Pascal en su apuesta, es más fácil que un ateo se convierta en creyente, comportándose como si ya lo fuera, es decir, usando agua bendita, recibiendo los sacramentos, rezando, etc. (Nardone y Watzlawick, 2001). Los rituales religiosos, aunque a muchos les parezcan innecesarios y aburridos, pueden hacer la diferencia entre mantener mi fe o ver que ésta se esfume de a pocos, convirtiéndome en un “tibio” (como dice la Biblia), de esos que creen en un “algo” que no pueden definir muy bien (y tampoco les interesa). No, no es lo mismo orar en medio de decenas de personas que también lo hacen, con música sacra y rodeado de símbolos religiosos, creando un ambiente imponente y sobrecogedor, que hacerlo sentado en mi sofá, preguntándome a mi mismo por qué lo hago y para qué sirve todo esto.
De igual manera, el servir la mesa, colocar los platos y cubiertos, sentarse en el lugar de siempre, a la hora de siempre, probablemente hará surgir más fácilmente el hambre y hasta la secreción de jugos gástricos, que simplemente comer una hamburguesa en una carretilla al paso, en medio de la calle y camino de cualquier parte.
El deseo sexual, las funciones evacuatorias, las ganas de estudiar y la concentración, el advenimiento del sueño, y hasta las ganas de bailar, surgen más fácilmente en un ambiente ritualizado, realizando conductas propiciatorias antes, durante y hasta después, aunque no nos demos cuenta de que lo son.
¿Y en el caso de amor? La respuesta es obvia. El amor no escapa a los rituales. Los rituales del amor de denominan coqueteo, “afanamiento”, seducción, flirteo, enamoramiento, conquista, galanteo. Buscan hacer surgir el sentimiento donde sólo hay atracción, gusto o deseo. Quienes los usan saben que la química no basta, que las feromonas disminuyen y se acaban cuando no hay rituales, y sus significados, para hacerlos surgir de nuevo.
La conclusión es obvia: ritualicemos nuestra relación; sigamos los rituales sociales del enamoramiento, el noviazgo y el matrimonio (cada sociedad prescribe los suyos). Pero no lo hagamos por imposición ni porque somos anticuados sino por elección; porque es bueno psicológicamente hablando. Llenemos nuestra historia como pareja con eventos dignos de rememorar; mismo albúm de fotos que revisamos cada cierto tiempo entre sonrisas y recuerdos. Tal vez eso, a fin de cuentas, sea el amor: un gran album de recuerdos que nos une y nos fortalece.

lunes, 2 de junio de 2014

ALGO ASÍ COMO UNA DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS

A ver, aclaremos:

  • Es verdad que considero que la enfermedad mental, como tal, me parece más un mito que una realidad científica. Creo que hay bastantes cuestionamientos por ahí sobre este punto, -sobre su realidad ontológica, sus causas, su tratamiento, etc.- y hechas por gente pensante (yo no he inventado nada, sólo me limito a difundirlo) como para darles alguna atención por lo menos. Hay otras comprensiones sobre lo que se considera "patológico". No hacerlo me parece necio y desinformado. No tienes que estar de acuerdo, pero sí saberlo. Mínimo ¿no?
  • Es verdad que considero que los diagnósticos psicológicos y psiquiátricos son más nocivos que positivos. Sí considero -y lo debato en el foro que gusten- que son absolutamente innecesarios. Justifican el trabajo del profesional pero no ayudan en nada. Son el claro ejemplo de lo que Wittgestein llama "juegos de lenguaje": juegos que se juegan por que se juegan...y se hicieron costumbre que se autojustifica. Nada más. Y justifican prácticas que perpetúan los juegos. Ad infinitum.
  • Es verdad que considero que categorías tales como "personalidad", "carácter", "temperamento", "naturaleza humana" y similares, no tienen mucha razón para existir más en la psicología. Al igual que el diagnóstico, su existencia se debe más a la costumbre (devenida ahora en "mala costumbre") y a los juegos de lenguaje autosostenidos. Cosifican a las personas, difunden la falsa idea de que no se puede cambiar o que hacerlo es muy difIcil, y estorban los procesos de ayuda y búsqueda de soluciones. Como ha ocurrido a lo largo de la historia de la psicología, esos y otros conceptos "dormitivos" terminarán por irse y olvidarse. Inevitable.
  • Es cierto que considero que los tests mentales, "objetivos" (¡qué pretensión!) o proyectivos, fundados sobre la base de conceptos y teorías esencialistas -no sobre verdades-, deben tener un segundo o tercer orden de importancia y, de ser posible, ser evitados por completo. No se hagan ilusiones: los tests mentales no son rayos x, no son análisis químicos, no son neuroscaners. Son palabras, figuras y dibujos que evalúan metáforas de matáforas de metáforas. Nada más. En el mejor de los casos, de ser una sesgada foto del momento no pasan. Y no hay baremos o pruebas estadísticas que cambien este estatus. Juegos autojustificantes. Es patético que aún se clasifiquen a las personas y se tomen decisiones sobre sus vidas en base a eso.
  • Es verdad que considero que muchos enfoques terapéuticos tradicionales deberían metacomunicarse más consigo mismos, revisar sus bases, y empezar a ver en qué medida cosifican, manipulan y estandarizan a las personas, aunque no sea esa su intensión. Deben actualizar sus comprensiones y no sentarse tranquilamente, pagados de su suerte, a honrar acríticamente su tradición y a sus heroes fundadores. Ah, y recuerden que es pecado mortal descontextualizar a las personas.
  • Es cierto que considero que los enfoques posmodernos, breves, posestructuralistas, dialogales y colaborativos son una buena opción (no la única opción) para cambiar lo que critico líneas arriba. Nuevamente, yo no inventé nada de eso, pero sí me reservo el derecho de reclamar la primacía en su introducción y divulgación en mi país, el Perú. Otros se están sumando. Bien. Pronto seremos legión y haremos una diferencia que haga la diferencia. Todo sea por el bien de las personas y por una psicología liberadora.
  • Es verdad que lo que he escrito y predico, antes y ahora, asombra, interesa y entusiasma a muchos, y también -cómo no- incomoda, confunde, desconcierta, mueve el piso y hasta enoja, a algunos. Especialmente, creo, a los que enseñan cursos vinculados a los temas denostados más arriba. Existe el derecho al "pataleo", pero me parece que les falta un mínimo de grandeza al pretender matar al mensajero (o sea yo) y no cuestionar con argumentos (¿los tienen?) al mensaje. Es como si pensaran: "No sé debatir contigo. Voy a rajar de ti". Bueno...
  • Tal vez debí advertir que lean esta entrada previa ingesta de antiácidos y antiheméticos. 
  • No, no pretendo traerme abajo a la psicología científica. ¿Y sabes por qué? Porque no creo que se haya inventado aún. ¿Será posible que algo así exista? No sé.
  • Aunque me gusta el anarquismo (no la anarquía), no juego al anarquista. Todo lo que digo y hago como psicólogo lo hago tratando de contar con ciertos argumentos. No verdades. Argumentos. Detesto hablar por hablar (en eso mis críticos deberían imitarme, sorry). Mi intención es servir. Ayudar a la gente. En eso no he mutado.
  • Sueño con una psicología refundada, abierta a la crítica y autocrítica, más enamorada de las soluciones que de los problemas, que busque menos el doctoreo y se plante de igual a igual con las personas.
  • Tú diras que soy un soñador (perdón por el plagio John Lennon), pero no soy el único. Hay muchos trabajando en estas ideas, en diferentes lugares y con diferentes idiomas. Ya es una "realidad".
He dicho. Gracias totales por leer hasta aquí.