En la actual coyuntura política electoral (me refiero al proceso electoral peruano de 2016) que vive mi país, el Perú, se escucha con frecuencia la expresión “cerco
informativo”. Dicha expresión trata de graficar la práctica que ejercen los
grupos de poder –propietarias de los medios masivos de comunicación-, tendiente
a administrar el flujo de información de que disponen las personas. Estos
grupos utilizan una especie de filtro, permitiendo que ciertas noticias sean
difundidas y bloqueando otras, según sus intereses y agendas. Además, de ser
necesario, recortan, distorsionan y hasta inventan la información a fin de
generar el impacto social, político y económico que se desea lograr. Aunque
existen otras fuentes potenciales de información (los blogs, la internet, los
diarios digitales, y hasta el boca a boca), es innegable que los medios más
formales y masivos son los que las personas privilegian, y de allí su poder.
A
la expresión “cerco informativo” queremos sumar el concepto de “cerco
semántico”, el mismo que vendría a ser consecuencia del primero, es decir, en
algunas ocasiones, un efecto intencional, planificado e interesado, pero
también, en otros contextos, la resultante casi inevitable y “casual” del
accionar comunicacional de los sistemas lingüísticos rígidos, y, hasta cierto
punto, cerrados.
Gergen (1997) dice “Las creencias en
lo verdadero y en lo bueno dependen de que haya un grupo, inspirador y
homogéneo, de partidarios de dichas creencias, quienes definan lisa y llanamente
aquello que, según suponen, está “allí” sin lugar a dudas” (p. 13-14).
De lo dicho por Gergen quiero
resaltar lo de “homogéneo”.
Cuando en un sistema lingüístico
rígido se llega a esa homogeneidad en las conversaciones, a esa especie de
consenso, es que ya hemos entrado en el cerco semántico. La metáfora del cerco
nos parece adecuada porque en la mayoría de las interacciones y conversaciones
que se mantienen se usan las mismas claves y las mismas comprensiones (o muy
similares), generando un efecto de uniformidad monocorde y monosemántica de la
que es difícil escapar. Es como sí, se mire donde se mire y se escuche lo que
se escuche, se obtienen los mismos significados o poco menos.
El efecto que esto puede producir en
la generación y sostenimiento de las identidades, tanto individuales como
grupales, es evidente. Lo más probable es que surja la sensación de ser único,
uniforme, unidimensonal, con una identidad y una personalidad rígidas,
incambiables, esenciales y predeterminadas. Aquí los viejos discursos
biologistas, neurológicos y genéticos hacen su aparición para confirmar que
estamos ante una “naturaleza”, individual o colectiva (White y Espton, 1993).
Pongamos un primer ejemplo. En
cuanto una persona refiere a otra que escucha voces, pone en marcha sin saberlo
una cadena de acciones y reacciones culturales, que se nutren de los discursos
médico y psicológico en vigencia, y que la terminarán ubicando en el rol de
enferma, siguiendo una “ruta” preestablecida socialmente para los que padecen
ese tipo de “síntoma” (Whitaker, 2015).
Al respecto, Eleanor Longden, en su
conferencia Ted "Voces en mi cabeza", refiere que sus dos grandes
errores fueron, primero, comentarle su experiencia de oír voces a una amiga, la
misma que se asustó y le pidió insistentemente que busque ayuda médica y,
segundo, ir a buscar esa ayuda con un profesional que prácticamente la
desahució y le dijo que menos malo hubiese sido si le daba un cáncer en lugar
de “tener esquizofrenia”.
En el cerco semántico de Eleanor, la
amiga y el psiquiatra fueron los dos primeros ladrillos. Claro, el hecho mismo
de que necesitase contarlo, venciendo la
vergüenza y el miedo, es un indicador de que ese “panóptico internalizado”,
propio de la sociedad disciplinaria y normalizadora en la que vivimos (Foucault,
2006), ya era parte de la narrativa de la propia Eleanor. En su caso el cerco,
entonces, comenzaba en ella misma y se fue tejiendo, cada vez más densamente, a
medida que iba internándose en los recovecos de los servicios de salud.
Le tomó siete años, y la suerte de
toparse posteriormente con profesionales que hicieron la diferencia
(profesionales ubicados "del otro lado"), para ir saliendo del cerco
semántico de la medicina formal, y poder resignificar el escuchar voces como
una experiencia más y no como un síntoma patognomónico de enfermedad. Todo el
malestar, el sufrimiento, y los otros problemas que surgieron por el hecho de
vivir cercada, se fueron poco a poco, a medida que aceptaba sus voces y
aprendía a vivir con ellas. Salir del cerco la curó. No el dejar de escuchar
las voces.
Simplifiquemos el proceso. La
persona tiene experiencias precalificadas culturalmente como anormales; recurre
a alguien –familia, amigos, profesionales- en busca de apoyo, y obtiene a
cambio miradas, expresiones, comentarios, evasiones, diagnósticos,
admoniciones, sospechas, desconfianzas, exigencias e incluso presiones, que la
empujan en la dirección de ese gran campo semántico llamado patología. Sí, como
diría Wittgenstein (1999), los límites de mi lenguaje son los límites de mi
mundo, el mundo de la persona patologizada, ubicada dentro de este cerco
semántico, se ve sustancialmente restringida.
Utilizando aquí el concepto de
performatividad, desarrollado por Judith Butler (2006) para entender la
identidad de género, el cerco semántico produciría “enfermedad mental”
performativamente. Detectado lo anómalo, va tejiendo en torno tuyo, cual
pijama, una identidad limitada y limitadora que direcciona tu vida y se
sostiene por los discursos de imposibilidad (O’Hanlon, 2001).
Escuchar voces y ser diagnosticado,
entonces, limita a la persona, pero no necesariamente por lo que realmente le
genera “su enfermedad”, sino por lo que “se supone” le genera: una de las
primeras cosas que se le sugiere al esquizofrénico debutante es que deje de
estudiar o renuncie a la intención de hacerlo, porque "no va a tolerar el
estrés". De igual manera, que no se case ni tenga hijos "porque es
una enfermedad hereditaria". El diagnóstico conlleva cancelar muchos
proyectos y cerrar muchas puertas. Una verdadera encerrona, un cerco.
¿Existe alguna vía de salida?
Creemos que sí. Deconstruir los diversos componentes que conforman en cerco
semántico de la enfermedad y validar las experiencias, sean cuales fueren, es
una forma de ir abriendo brechas que vayan liberando a las personas de destinos
preestablecidos. En ese sentido, la ética de la externalización que plantean
White y Epston (1993) es un medio muy interesante para ir separando a la
persona de los problemas, a la par que también se puede externalizar los
discursos de déficit e imposibilidad que se han ido internalizando por la
educación.
El cerco semántico es una fuente de
significados restringidos que a su vez restringe las interpretaciones y las
formas de construir la realidad. Limita las prácticas y las opciones para
transformar esa realidad. Es un mecanismo recursivo, pues el cerco lleva a
prácticas que a su vez mantienen vigente al cerco.
Como dice Heinz von Foerster (2014),
"El lenguaje y la realidad están íntimamente conectados, por supuesto.
Suele sostenerse que el lenguaje es la representación del mundo. Yo más bien
querría sugerir lo contrario: que el mundo es una imagen del lenguaje. El
lenguaje viene primero, el mundo es una consecuencia de él" (p. 100).
Referencias.
Butler, J. (2006). Deshacer el
género. Barcelona, España: Paidós.
Foerster, H. (2014). Visión y
conocimiento: disfunciones de segundo orden. En: D. Fried (Ed.). Nuevos
paradigmas, cultura y subjetividad (pp. 91 – 114). Ohio, USA: The Taos
Institute.
Foucault, M. (2006). Vigilar y
castigar. Nacimiento de la prisión. Buenos Aires, Argentina: Siglo
Veintiuno Editores.
Gergen, K. (1997). El yo
saturado. Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo. Barcelona,
España: Paidós.
O'Hanlon, B. (2001). Desarrollar
posibilidades. Barcelona, España: Paidós.
Whitaker, R. (2015). Anatomía de
una epidemia. Medicamentos psiquiátricos y el asombroso aumento de las
enfermedades mentales. Salamanca, España: Capitán Swing Libros.
White, M. y Espton, D. (1993). Medios
narrativos para fines terapéuticos. Barcelona, España: Paidós.
Wittgestein, L. (1999). Investigaciones
filosóficas. Barcelona, España: Ediciones Altaya, SA.