jueves, 26 de septiembre de 2013

UN ORATE EN LA CATEDRAL



Me encontraba escuchando misa en la Catedral de Trujillo. Junto conmigo decenas de personas hacían lo mismo,  y otras más acompañaban, fotografiaban y filmaban a un grupo de jóvenes que se confirmaba ese domingo. En esas estaba, concentrado, cuando percibí un penetrante, casi nauseabundo, olor. Giré buscando en todas direcciones de dónde provenía, cuando me percaté del hombre aquel, de unos sesenta o setenta años, vestido con un pantalón de buzo y una chompa, viejos y extremadamente sucios. Disculpen la crudeza, pero parecía haber pasado la noche sobre un charco de orina y heces.


A todas luces se notaba que era un indigente, una persona que vive a la intemperie, un "loquito", de los que de vez en cuando se ven circular por nuestras calles.  
Parado junto a los parroquianos, observaba con escaso interés lo que ocurría, y a nadie parecía llamarle la atención su presencia. No obstante, cuando el olor que emanaba de él los envolvía también a ellos, se abría un espacio en torno al hombre, de modo que inexorablemente terminaba solo y alejado de los demás, como en una isla. La muestra más evidente de esta curiosa reacción fue cuando una mujer sentada en una banca cercana se levantó para fotografiar a uno de los confirmandos, y la mujer de al lado, que aún no notaba el olor, lo vio y, al percibirlo tan mayor y con esa actitud lastimera, lo invitó con un gesto a sentarse junto a ella. Supongo que sobre la marcha se arrepintió de su amabilidad, pues de inmediato se levantó y tomó distancia, y lo mismo hicieron todas las personas sentadas allí. Como todos empezaron a evitar esa banca, al final nuestro personaje nuevamente se quedó sólo, con toda el espacio disponible para él y sus emanaciones.
Esta escena me llevó a pensar sobre ciertos temas que de inmediato les planteo.
Es innegable que nuestro oloroso personaje encaja en esas construcciones sociales denominadas comúnmente como "enfermedad mental", "locura" o "psicosis". Tanto los entendidos como los profanos, de ser preguntados, explicarán su conducta apelando al argumento de que padece una enfermedad, de muy probable base orgánica y neuroquímica. Incluso hasta se podría hablar de lesión o daño cerebral, demencia senil o algo similar. Con eso sería suficiente para quedarnos tranquilos y pensar que ya tenemos una plena comprensión de lo observado en él. Si está tan errático, sucio y apestoso, y encima no parece darse cuenta o importarle, definitivamente es que debe de estar loco.
No obstante, yendo más allá de las atribuciones y explicaciones comunes, la dinámica descrita (entre la gente y él, y entre él y la gente) me invitó a pensar en términos más relacionales, tratando de apegarme a una visión socioconstruccionista.
En el CS se considera que la identidad, lo "mental", lo que pasa "dentro de la cabeza", es algo que se construye y se mantiene relacionalmente. Es un relato que se teje y se desteje, y de vuelve a tejer en la interacción con los demás, utilizando el lenguaje como materia prima. La identidad personal se negocia, se afina, en las conversaciones que mantenemos con los otros significativos. No es una esencia ni es algo que habita en las neuronas solamente, encerrado en sí mismo, hermético. La identidad es una historia, generada en un contexto social, que hilvana como un collar de cuentas diversas experiencias que, sumadas, nos permiten sacar conclusiones acerca de quiénes somos y decir "yo soy esto", "yo soy así".  La identidad, entonces, es un relato que le da significado a lo que vivimos cotidianamente, y sirve para organizar (o desorganizar, dependiendo de lo rica o pobre que sea) nuestras conductas.
Desde esa visión del ser humano podemos entender que nuestro personaje se encuentra atrapado en una situación de la que difícilmente puede salir: si la identidad es relación, y para ser funcional tiene que actualizarse constantemente, "negociarse" en las conversaciones con los demás (relaciones y conversaciones que son su hábitat "natural"), el aislamiento en el que se encuentra impide que esa negociación se dé, y la persona queda inmersa en un relato identitario pobre, ralo, débil y disfuncional. Un relato totalizador sobre él, que deja de lado muchas otras vivencias e intenciones que nadie ve (ni siquiera él mismo), porque de eso no se habla. Y si no de habla de eso, "eso" simplemente no existe.
Por su extrañeza y suciedad, la gente que lo rodea tenderá a aislarlo cada vez más, en diversos contextos, haciendo del aislamiento y la marginación una condición de vida. Así, el círculo vicioso se va a dar casi inevitablemente: aislado de un contacto social adecuado,  donde se den conversaciones que lo ayuden a enriquecer el relato acerca de su identidad, y le permitan construir una imagen rica de él, su identidad se va desdibujando o difuminando, y con ello su conducta se torna "loca". 
Tener una identidad pobre lo torna errático, tal como lo describimos, y mostrarse errático lo lleva a ser juzgado según los discursos dominantes en boga sobre la salud mental. Las prácticas dominantes en uso dentro del "sentido común" aconsejan a la gente apartarse de él por ser demasiado extraño, con lo cual lo privan de lo único que puede ayudarlo: el contacto humano, las relaciones humanas, único crisol donde se forja y se mantiene la identidad.

3 comentarios:

  1. El contacto humano, puede generar sensaciones que hace tiempo no sentía, y quizás su corazón latirá, sus conexiones neuronales recibirán información almacenada anteriormente, pero no surtirá efecto como para comprender que existe......pero quien puede saber que aun siente, si nadie lo tocara...........su identidad es un LOCO que ni sabe que significa..

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  2. Tu comentario supone un razonamiento contra el cual precisamente escribí este post: la idea de que el hombre está loco y que nada se puede hacer porque "está loco". Como sí la locura fuera una esencia, un algo en su cabeza

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  3. Te sugiero volver a leer el post y tratar de ver el caso desde las relaciones y no desde las supuestas esencias. Saludos.

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