He de confesar que la primera impresión que me causó leer a Sheila y sus ideas sobre la presencia radical me evocó los tres aspectos que destaca Carl Rogers en su enfoque terapéutico, que se supone ayudan a facilitar el “crecimiento personal”: la aceptación incondicional, la empatía y la autenticidad. Así como Michael White señalaba lo fácil que era confundir el humanismo con el enfoque narrativo, supongo que también es fácil confundir la presencia radical del enfoque colaborativo con el humanismo. De hecho, aún sabiendo que son filosofías diferentes, no estoy del todo seguro que no estén hablando de cosas similares, aunque partan de comprensiones distintas.
La segunda impresión o resonancia
que me causó es asociarlo con la teoría sistémica. Cuando Sheila habló de
observar las pautas de interacción que la persona tiene en diversos contextos y
empezar a usarlos en otros para así generar variedad, algo nuevo, etc. Eso me
hizo recordar los planteamientos de Salvador Minuchin y su escuela estructural,
a Mara Selvini y los milaneses o a la TBCS y las intervenciones sobre contexto
y pauta. Claro, es fácil deducir que no se refiere precisamente a eso.
¿A qué creo que se refiere Sheila
McNamee con presencia radical? Es lo que trataré de responder en las siguientes
líneas.
Lo primero que cabe destacar en este
aspecto es la curiosidad. Como ella misma menciona (McNamee, 2015), “...alienta
la curiosidad por lo diferente, apertura a la formación de nuevas
comprensiones…” (pag. 4). Tener presencia radical es ser curioso. Y ser curioso
supone, primero, no saber; saber que no se sabe. Partir de la postura de no
saber (Anderson, 1999). La autoconvicción de que uno sabe, la certeza de estar
en lo cierto, aleja cualquier curiosidad del diálogo. En esas condiciones se
está en conversación -tal vez incluso en discusión-, pero no en presencia radical,
porque se escucha para preguntar selectivamente aquellas cosas que confirman o
descartan mi certeza, para discutir o rebatir, pero no para entender a la otra
persona. La curiosidad del no saber todavía invita a prestar atención a lo que
surge en el diálogo y a guiarse por él. Es estar ahí.
Un segundo aspecto a destacar es la
renuncia a obtener resultados y a ser eficaz, priorizando en su lugar el
diálogo por el diálogo mismo. Obviamente las personas no buscan ayuda o
asesoría solo por conversar; buscan algún resultado. Sin embargo, el
facilitador debe resistirse a la tentación del apresuramiento, y tener claro
que si se confía en el proceso algo sucederá, que posiblemente sea nuevo,
significativo y...útil.
Un tercer elemento que pienso
contribuye a tener presencia radical en un diálogo, es renunciar también a la
necesidad de estar de acuerdo. Sheila se refiere a la presencia radical como
“un movimiento que se aleja del acuerdo o de la adjudicación de perspectivas”.
El acuerdo como imperativo moral implica presión entre las partes, una especie
de intentona colonizadora en la que uno u otro de los implicados triunfará
sobre el otro, y supone también empobrecimiento del diálogo, ya que en lugar de
privilegiar las diferentes voces se privilegia una sola: la del acuerdo, la del
consenso o la del convencimiento. Entiendo más bien que la presencia radical es
la disposición a mantener mi postura -”mi terreno” le llama Sheila- y al mismo
tiempo preguntarte sobre el tuyo y tratar de comprenderlo. De ese reconocimiento
mutuo de diferencias surgirá un plus, un extra, que será lo nuevo y
significativo. Así es como, supongo, se avanza en el diálogo, aunque no se sepa
hacia a dónde. Entiendo también que en esa espacio dialógico es que se van
creando los ingredientes, las condiciones, para que los problemas se disuelvan.
La falta de curiosidad, la necesidad
de obtener logros y resultados, y el deseo de imponer “mi verdad”, nos alejan
de esa actitud. La bloquean.
Un cuarto
elemento que creo identificar es la identificación y el tomar en cuenta el
aspecto interaccional y relacional de las conversaciones. Sobre esto no estoy
tan seguro de entenderlo, pero parece referirse al cómo me vinculo con las
personas con la que dialogo. Al respecto Sheila mencionó en la clase que las personas
podían deliberadamente tomar estilos interaccionales propios de determinados
contextos y utilizarlos en otros donde no solemos usarlos, para así generar
variedad, novedad, y ver si se produce algo nuevo. De ser así, esto supone
estar atento también a uno mismo, y atreverse a experimentar con lo que voy
descubriendo sobre mi forma de relacionarme con los demás. No se trataría,
entonces, de la pura espontaneidad, sino de estar alerta, o más bien despierto
en relación a lo que pasa y a lo que hago.
Un quinto
punto, finalmente, creo que tiene que ver con la ética relacional. Al renunciar
a los factores que obstaculizan el diálogo, es mucho más probable que se pueda
ir estableciendo en las conversaciones una especie de código ético válido para
ese momento y esa conversación. Ideográfico me apetece decir, aunque involucre
a más de uno. Dos o más personas radicalmente presentes, asumiendo las cuatro
características antes mencionadas, tienen ya de por sí una actitud ética, que a
su vez producirá esa ética propia de esa relación y de ese momento.
Estas son
las comprensiones a las que he ido arribando luego de leer y escuchar a Sheila
McNamee.
Ah, y la
aparente semejanza entre la presencia radical y la teoría rogeriana no pasa de
ser eso, aparente. Rogers desarrolla su trípode (aceptación incondicional,
empatía y autenticidad) para crear las condiciones de “crecimiento personal” de
aquel con quien se trabaja. Bajo esas condiciones la tendencia al crecimiento
innato de cada cual se pone en marcha y se direcciona para lograr un
funcionamiento cabal. Creo que sobra decir que para Sheila y el enfoque
colaborativo estas ideas esencialistas, por más bien intencionadas que
parezcan, no son aceptables.
Lo mismo se
puede decir de la aparente coincidencia con lo sistémico. Las propuestas de
Minuchin y los milaneses hacen referencia a estructuras propias del sistema,
las que guían la conducta y la subjetividad de las personas. Una propuesta
postmoderna lo entiende más bien como diálogos o historias entre las personas,
como formas de conversar, tal vez repetitivas...
Referencias
Anderson, H.
(1999). Conversación, lenguaje y posibilidades. Un enfoque posmoderno de la
terapia. Argentina: Amorrortu.
McNamee, Sh,
H. (2015). Presencia Radical:
alternativas para el estado terapéutico. European Journal of
Psychotherapy and Counseling, 17:4, 373-383
No hay comentarios:
Publicar un comentario